Un alucinado viaje a la ciudad

Ya no recuerdo si esta curiosa novela la obtuve en ese cambalache de libros tan sabroso que organizó la gente de R.E.Lectura hace poco —del que pesqué como quince libros para mi interminable lista de pendientes, en la que aún reposan ¡doce!— o la compré, con algo de curiosidad tras leer su contratapa, en esa vieja librería de Unicentro mudada a nuevo local y atendida por el menos que simpático hijo de la dueña de toda la vida (¿dos por el precio de uno? sí. ¿y el par es sólo con estos dos? porque de este autor no sé nada, la verdad... bueno, si te parece me pagas los dos y te llevas sólo el que te gusta...).

Y ya solté dos veces la palabra: curiosa, curiosidad. ¿Qué me produjo curiosidad? El propio autor habla de su obra diciendo que "está construida como una ciudad, (...) las historias son barrios, los personajes son calles. Lo demás es tiempo que pasa, ganas de vagabundear y necesidad de mirar."

Como quiera que tengo cierta debilidad por esos experimentos en estructura narrativa, comencé a leer City, de Alessandro Baricco, una noche en el calor de Higuerote. "Hasta que me dé sueño," pensé, pero una hora y media después me había atrapado en un sinfín de recovecos, vueltas y situaciones que me hicieron olvidar la intención de dormir.

En honor a la verdad nunca hubiese, sin la ayuda del autor, asociado la estructura del libro a la de una urbe —dije que era aficionado a esos ejercicios, no un experto reconociéndolos— pero ciertamente no hay un cuento lineal y único en City. Un par de personajes nada ordinarios, el niño genio Gould y su ama o cuidadora, Shatzy Shell, sirve como hilo conductor de (o, acogiendo la alegoría, como barrios céntricos o principales avenidas desde los cuales partir a) una abigarrada y alucinada colección de increíbles historias e insólitos seres que pueden a veces suplantar la identidad de aquéllos dos, o sólo servir de etéreos vehículos para las más peregrinas ideas.

Gould tiene trece años y dos amigos ¿imaginarios?, Diesel y Poomerang: un gigante de dos metros cuarenta y siete y un chico mudo con corte al rape. Vive solo, asiste a la Universidad y se comunica por teléfono con su padre, un ausente General. Shatzy tiene un extraño pasado, una vocación imparable para hablar y dos retratos enmarcados: los de Eva Braun y Walt Disney.

Dos historias viven paralelas a la de estos dos —como si con esos resumés fuese a faltar argumento. Una de boxeo, y más precisamente del género del boxeo narrado por radio, que se sucede sólo cuando Gould está... en el baño. La otra es un western ("¿una película, un libro, un cómic? ¿qué es? Es un western) que recita Shatzy desde los seis años de edad a una grabadora que siempre la acompaña. Y debo decir que, a pesar de no tener una especial predilección por estos dos géneros o temáticas, cada vez que de una página a otra (o en una violenta vuelta de esquina o cruce de semáforo, o salida del Metro, sigamos con la imagen, que aquí sí veo más ajustada a la verdad) aparecía la épica a puños de Larry "Lawyer" Gorman o la saga del pueblo vaquero de Closingtown, me he visto atrapado por un suspenso magistral, por un ritmo trepidante y distinto, por escenas de una belleza narrativa envidiable construidas a veces de la nada en tres o cuatro frases precisas. He llegado, pues, a barrios desconocidos y memorables; a sitios que nunca habría visitado y que me dejaron un sabor de extraña riqueza en la boca.

Y no es porque, ya lo decía, Gould y Shatzy no tuvieran lo suyo. A pesar de que la ayudanta piensa que un niño debería hacer cosas de niño, el pequeño Gould es candidato al Nóbel, de acuerdo a la prueba que a los seis años le hiciesen cinco profesores; veintisiete le dan clases ahora, a cada cual más excéntrico y dado a teorías fantásticas: Mondrian Kilroy, por ejemplo, estudia el impacto de los objetos curvos sobre la red perceptiva del hombre. En un cuadro de Monet ve la evidencia de la nada. Llora y vomita de acuerdo a la evolución de sus teorías.

Cuando iba a mitad de esta novela, me preguntaba cómo la clasificaría, de tener que hacerlo. ¿Fantasía? Mmm, tal vez no: quienes en ella habitan, si bien poco comunes, son reales; no hay seres mitológicos, poderes o hechizos. ¿Realismo mágico? No sé... Luego una búsqueda con Google (sobre todo para encontrar la portada que ilustrara esto; hay por cierto ediciones bellísimas en otros idiomas) me arrojó críticas y reseñas en la que una palabra aparecía una y otra vez: onírico. ¿Onírico? Mmm... Click. Aunque no podría decir con seguridad que conozca otra obra literaria calificada como tal y con la cual comparar City, ahora que escribo esto puedo ver una similitud entre esa filigrana a veces desquiciante pero siempre delicada de los diálogos de Baricco (que casi puedo imaginar en italiano) y las conversaciones entre Joel y Clementine en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michel Gondry, 2004), donde una especie de duermevela en off hila unas imágenes irreales, dolorosamente bellas. Y debe haber, realmente, algo de onírico en conjurar la imagen de un niño ahora acompañado de un gigante y un calvo tomados de la mano al borde de un campo de fútbol haciendo preguntas de arbitraje a un enigmático profesor, ahora asociando el hipnótico ritmo de un solitario encestador negro al recorrido que una idea en forma de pregunta hace dentro de la cabeza.

En todo caso, fue una grata sorpresa toparme con esta bella y loca novela; espiando un poco más esas críticas googleadas, encuentro que parece haber un consenso sobre que esta no es la mejor obra de Baricco: habrá que capturar las demás. Ahora, a ver por dónde comienzo a socavar un poco esa torre de doce o más pendientes... ¡Dilbert Principle, allá voy!

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Nothing ever happens...

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Aquí hay fuerza... La fuerza de la costumbre

Bueno, veamos... El abandono al que Dicequiquex está sometido últimamente puede tener su origen en múltiples factores. Ninguno de los cuales, me prometí alguna vez, ventilaría aquí nunca.

Now: ¿Qué sutiles efectos, además de los ya rimbombantemente anunciados por el banco central —así, con minúsculas de oficinita auxiliar— tendrá en nuestro día a día el cambio de moneda?

Y vuelta con el temita...

No quiero ser obsesivo (para eso tengo el otro blog), pero ayer cuando mi mamá contaba del aspecto huevofritesco que adquirieron sus ojos al ver el monto de su cheque de jubilación, hace unas cuantos periodos presidenciales de los de antes, yo lo que recordaba era su expresión incrédula entrando a casa y gritando: "¡¡Soy millonaria!!"

Desde luego que todos ahora sabemos que ser millonario en estos días equivale a poco menos que nada ordinario. Y esa es una de las cosas que cambiará, o mejor dicho, volverá a tener significado en nuestras coordenadas espaciotemporales. Ser "millonario" con los bolívares fuertes volverá a ser, nunca mejor dicho, cosa de millonarios.

Y por ahí se me fue la imaginación. Expresiones de uso común tendrán que recibir un lifting o en el peor de los casos un total reemplazo:

- La milonga o el lucas cogerán el camino del marrón y la orquídea: recuerdos de un ayeeer, que fueee pasioooón...

- El palo (o melón) pueden seguir llamándose así... sólo que no los usaremos tanto. Gastarse tres palos en un fin ya será hazaña de gente que, francamente, no conozco.

- Habrá que ser comedido al piropear: no a cualquiera se le puede decir que es uno/a en un millón... Suspicacias en la punta de la lengua: ajá, pero de los actuales o de los fuertes?

- Niños y niñas: les tengo una canción que cantaba su abuela. Y dice: Con realymedio, con realymedio, con realymedio compré un chivito... No sé si un chivo, pero algo se podrá adquirir (a ver... ¿algo de Bs. 750 de ahorita? Mmm... Tá difícil. Dos cuerpos del periódico, tal vez, o un vasito de café pequeño por la mitad)

- ¡Un bolivita ahí! adquiere una flamante actualización en el argot pedigüeñil. Ojo con los que usan la matraca: pordioseros, limpiavidrios de esquina, hijos adolescentes.

Rescataremos, en fin, tantas expresiones: usaremos excusas que no valen ni un centavo, nos invitarán a fiestas en las que gozaremos un puyero otra vez, haremos arriesgadas apuestas de fuertes contra locha, a media quincena será común no tener ni medio... ¡Y ya podemos, incluso, volver a traicionar a alguien por unas monedas!

* * *

¿Pero por qué parar en las expresiones monetarias? Ya en prensa muchos anunciantes adelantaron hace semanas la publicación dual de precios bs./bs. efe. Pero otras cifras se veían en comparación anormalmente gordas, de suerte que que pregunté a un amigo:

—Oye, ¿no deberían poner la potencia de este aire acondicionado en BTU Fuertes?

Así que a quitar tres ceros a donde los vean. Simplificamos de paso muchas otras cositas por ahí. A ver:

- Avisos clasificados: prefiero un carro con un kilometraje bajo; digamos, unos 158 km F.
- Discusiones: "¡Pero hasta cuándo! ¡Ya te lo he dicho una vez Fuerte!"
- Estadísticas más tranquilizadoras: "En Caracas hubo apenas 0,13 asesinatos Fuertes este domingo".

Se oyen otras sugerencias. Apúrense, que tenemos sólo tres meses.

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