Sin Nombre: huyamos de nosotros mismos

De las "películas raras" que le pido me muestre al vendedor de quemaítos de por mi casa, salió esta, Sin Nombre, de la que había leído hace unos meses en Cinematical.

¿Cuál es la historia? Debe haber miles en esa herida supurante que es la emigración ilegal desde Latinoamérica hacia Estados Unidos por la frontera mexicana; Sin Nombre, especie de road movie a lomo de tren de carga, mezcla como por accidente dos.

Sayra es una joven hondureña que se une en el viaje al Norte a su tío y su papá, quien ya tiene una familia nueva esperándole en New Jersey. No son un modelo de familia, pero la necesidad es una extraña forma de juntar voluntad y de sacar ganas. La chica no cree que tenga un "futuro" donde está, así que puede decidir en el camino si le sirve inventarse uno a caballo sobre la esperanza del nuevo comienzo de su casi ajeno progenitor.

Cásper, o Willy, es un parco joven mexicano que ha cometido errores. Vive en la violencia, a la sombra de la temible Mara Salvatrucha, familia adoptiva en la que cree cada vez un poco menos a pesar de tener aún la "entereza" para tutelar a un crío ansioso por pertenecer a la sangrienta clica. Un amor descarrila su fidelidad el mínimo suficiente para que su mundo pierda el eje, y de repente el tren que se mueve es lo que más se parece al futuro, es lo que al menos parece alejarlo un poco de las malas decisiones, de la venganza jurada, del pasado que no se quita como tampoco la lágrima tatuada saliendo de su ojo izquierdo.

El fortuito encuentro entre estos dos abre un pequeño resquicio de sentido, solidaridad, confianza y descubrimiento a un cuento de huida que destila fatalidad, desesperanza, anomia. Por momentos, uno puede jurar que el tren llegará a alguna parte. Que el viaje tiene sentido.

El recorrido, excelentemente fotografiado y musicalizado, es un fresco del mundillo creado en torno al recorrido hacia el Norte y de las economías que coexisten con el fenómeno: los campamentos de gente esperando el tren, los tinglados que ofrecen descanso y comida en los pueblos que se van dejando atrás, el terror de "la migra" (policía aduanal), las turbas de niños que corren saludando a los migrantes, acá lanzándoles comida, allá atacándolos a piedras.

Me dio un poco de risa el español hablado con tanto dialecto de pueblo o de pandillas que a ratos es hasta esclarecedor leer los subtítulos en inglés...

Sin Nombre es una historia que se siente real. Sin demasiado postura o melodrama, una épica menor que quizá se repite con todas las variaciones posibles ante los ojos de unos cuantos pueblos, gobiernos, países que rodean a las naciones ricas, las que significan para tanta gente la oportunidad de redención, de futuro.

La peli, investigué hoy, resulta ser el debut como director de un Sr. Cary Fukunaga, y su gran calidad hizo olas en el Festival de Sundance este año. Aparecen en la nómina de productores ejecutivos del film nada menos que Gael García Bernal y Diego Luna.

Búscala, a falta de un circuito que pase películas "raras" en Caracas, en tu vendedor pirata de confianza.

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"Pío pío" todo el santo día...

Últimamente me he vuelto, más que un "blogger", un "obsessive blog reader": un esclavo de mis suscripciones en Google Reader, vamos. Pero de vez en cuando hay que colar, digo yo, la propia opinión, sobre todo en temas en los que no se es experto, que pa' eso hay libertá. Y se pisan callos expertos, que también da un gustico...

So. Acerca del Twitter.

¡Sí, el fulano tuiter! Ya toca hablar de ello, y no por que yo sea un power-user o domine teorías al respecto; más bien por todo lo contrario. Tengo apenas un par de meses allí y, bueno, mis frescas, recién llegadas y seguramente prejuiciadas primeras impresiones van así:

- Me suscribí, originalmente, para bypassear un impedimento: el de entrar a Facebook desde el pc de la oficina. No porque sea un adicto de esa red social (aunque al inicio, ¿quién no lo era?), sino para poder actualizar allá el "José está..." y dar la impresión de que reviso y tal. O para soltar una de esas baratas reflexiones que uno exuda sentado todo el día frente a un monitor.

- Cuando tocaba buscar a quién seguir, ubiqué primero (y acá sigue pesando mi vocación de espectador, Dios...) a "tuiteros" que pudieran dar información en vivo, que la inmediatez del sitio debe servir de algo. CNN, noticias, periodistas... la experiencia del reciente temblor lo confirma.

- Luego, "celebridades"... apartando al obvio, por paradigmático, Ashton, ¿de quién me interesa seguir los famosos pasos? Acá hay un interesante espacio para los grupos musicales, artistas, pensadores, escritores y demás trend-setters, si saben manejar la persona digital. Ah, y hay que tener un poco de escepticismo para no seguir a falsos famosos o imitadores. Me pasó con Steve Buscemi, con Tina Fey (en cambio sigo a Chávez y Darth Vader, aún sabiendo que son fakes).

- Ya cuando la cosa es seguir a gente, "personas naturales" que llaman, el agua se enturbia. Porque me encuentro con estos asuntos:

- ¿Hasta dónde mi status es relevante para quienes me siguen? O mejor: ¿qué debo considerar mi status? Algunos trazan la línea divisoria en las actividades sociales; otros en cada movimiento que hacen, por rutinario o banal que parezca. Algunos pueden encontrar necesario incluso relatar sus movimientos intestinales. Yo, pues, trato de dar información, o soltar una "aguda reflexión" (hacerme el gracioso, pero no muy seguido), o de relatar al menos la parte no excesivamente rutinaria de mi acontecer. Pero no diré que le puse mantequilla a mi pan, o que me monté en el ascensor. Una cosa es status y otra cosa ruido, but that's just me.

- Hay blogs informativos que tienen Twitter; si lo que tuitean es el título de los posts no me hace falta seguirlos, pa' eso está el Reader. No es lo mismo que con gente que tiene blogs personales y además tuitea.

- "Yo te llevo para que me lleves" (Tenía, tenía que citar a Cerati, sorry). No, no creo que deba haber una correspondencia de seguidor-seguido. A lo mejor no entiendo la herramienta, a lo mejor la uso sólo en un mínimo porcentaje de su vasto potencial, pero... no necesito presumir de numeritos; no soy un monstruo social. El único detalle: que si te sigo y me sigues podemos intercambiar mensajes directos, lo cual me lleva al próximo punto:

- Chatear por Twitter. ¿No hay ya chats? ¿Messenger, Gchat? Cuando los tuits son partes desconexas de un diálogo privado, hacen ruido para los demás. Mensaje directo con eso.

- Tuitear sobre Twitter. A menos que se trate de alguien que trabaje y reseñe en el área de informática, o de las oportunas recomendaciones de usuarios que descubren una nueva funcionalidad o herramienta, me parece tedioso y árido cuando alguien está todo el día escribiendo en twitter sobre twitter: que si yo lo uso así, que si no-sé-quién también tuitea, que si somos ultra-uff porque tuiteamos. ¡Es onanista! Hay que usar la herramienta, pero sin ser usado por ella, digo yo... Es como bloguear sobre blogs, chatear sobre el chat. Supongo que el inicio de una tecnología es así. ¿La gente hablaba por teléfono sobre hablar por teléfono? ¿O iban a lo que querían decir, de una? Se parecen a los raperos que, no sé si se han fijado, cantan sobre... lo bien que cantan y lo chévere que es rapear.

¡Ufff! Y ya. Para ser primeras impresiones, mejor dejarlo hasta acá.

Por cierto, mi cuenta, faltaba más, es @Quiquex.

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Yo soy yo en tantos lugares...

La gente de Mashable! reseña hoy Namechk, un servicio de lo más útil si te la pasas inscribiendo tu glorioso nombre en cuanta página web te lo acepte.

Namechk verifica de un solo plumazo si tu nickname está usado o no en casi 90 páginas de red social, bookmarking, sitios de compartir contenidos y otros muchos que no sé para qué diablos son o ni siquiera sabía que existían, de manera que puedas corras a registrarte en los libres (así nunca los planees usar) o te enteres de la existencia de "gemelos de nick" con los que tal vez puedas iniciar una interesante correspondencia.

El servicio me recuerda a Instant Domain Search, que te informa si la palabra que propongas está disponible como dominio web, en sus sabores .com, .net o .org.

Ya sé, entonces, que hay un tal "Quiquex" registrado en 14 sitios, y me reconozco en 7 de ellos (Blogger y los relacionados con Google los más obvios)... habré de hurgar en los otros siete, para ver quién me suplanta. O si me registré en algún momento y lo olvidé, otro de los usos que ahora recién le descubro.

También sé que aún puedo disponer cuando quiera de Quiquex.com o Quiquex.net o Quiquex.org... como si mantener un simple y llano blog con ese nombre no supera ya mi precario sentido de constancia o responsabilidad. En fin.

Por cierto, desde un paranoico punto de vista, quien conozca tu nombre de usuario más común puede con algo de certeza averiguar sin tu conocimiento en qué otros sitios estás registrado. Tal como yo lo hice con los nom-de-guerre de varios panas...

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A dormir, ya son las seis

¿Son ideas mías? ¿Es sólamente en mi pequeño universo de Candelaria, o es más extendida en Caracas, en el país quizá, la tendencia a cerrar los negocios cada vez más temprano? ¿A recogerse con los primeros signos de nocturnidad, que gracias al cambio de huso horario reciente llegan ahora media hora antes?


El lunes fui al gimnasio a mi hora habitual, un poco antes de las 7 de la noche, para salir casi a las 9, que es cuando cierran. El sitio queda dentro de un mini centro comercial, uno de estos lobbys de conjunto residencial con pasillos de comercio tan a la moda hace unos pocos años. McDonald's, Burger King y Arturo's en las respectivas entradas, para dar una idea del relativo tamaño del centro comercial (y para dar una idea del reto en que pusieron los dueños del gimnasio a sus socios: negarás tres veces al entrar o salir de acá).

Pues bien. Cuando pasan las 8:30 pm, ya los empleados comienzan a bajar las rejas del gimnasio, cosa de cerrar más rápidamente cuando éste se vacíe. Lo mismo hacen en los negocios vecinos. Pero desde este lunes, ya observé que a las 8 comienza el ruido de santamarías. Y fuera del gimnasio, todos han cerrado ya. La fuente de soda del frente (corrijo: negarás cuatro veces) ya apiló sus sillas y dejó de hacer café desde antes de las 8. Los vigilantes ya impiden el paso por el centro comercial (un atajo hacia el Metro para muchísima gente) con un cordón que tengo que torear o brincar cuando salgo del entrenamiento, por la puerta donde el McDonald's ya atiende con la santamaría casi completamente cerrada a sus últimos compradores, de quienes sólo veo los tobillos...

Fuera del conjunto residencial/comercial no es distinto. La zona que en el día bulle de gente, pues está sembrada de torres bancarias y edificios de oficinas, es una boca de lobo. Una panadería valiente por allá despacha las últimas vituallas de emergencia, unos taxis en la esquina acosan a gritos a los transeúntes ofreciendo el servicio que ya las motos no prestan "tan tarde" (al menos esa es una ausencia que mis oídos agradecen), pero de resto, puras rejas cerradas, en calles por lo demás poco iluminadas, son lo que veo en las tres cuadras hasta mi casa.

Como si viviera en un pueblo recóndito y fueran las dos de la madrugada. ¡Pero aún no son las 9 de la noche y vivo en plena avenida Urdaneta! En el centro de la capital. ¿Qué puedo conseguir si salgo a esa hora a comer o "pasear"?

Taxis y areperas.

Se diría que la zona no es la más apropiada para que los comercios se queden abiertos hasta tarde. Pero exceptuando algún megacentro comercial como Sambil en el este (y el de Candelaria aún se construye; que abra ya será otro cuento, a ver si eleva el promedio de horario de servicio por acá), que yo sepa son pocos los negocios que en Caracas atienden al público más allá de unas pacatas 7:30 pm. ¡Qué digo, si la mitad de ellos ya están cerrados a las 6 pm!

¿Quedarse viendo libros hasta las 9 de la noche y luego agarrar un taxi a casa? Será turisteando en Bogotá, pero no aquí. ¿Comerse una pizza a las 11:30 pm en el restaurant de la esquina y seguir charlando frente a un par de humeantes tazas de espresso, rodeado de mesas llenas de gente, pero no taxistas trasnochados o vigilantes sino señoras como aquellas dos que conversan como si fuera mediodía pero son las 2 am? Sí. Pero en Buenos Aires, no en Caracas.

"Esta ciudad es como... madura, adulta", dije en aquella oportunidad asombrado de que la capital argentina estuviese tan activa a cualquier hora (y ni siquiera hablo de las megalópolis del primer mundo). Eso nos deja con una Caracas... ¿Qué? ¿Niña de pecho ajena a las costumbres decadentes adultas, adolescente tímida y con madre sobreprotectora, vieja gazmoña encerrada en su vetusta casona?

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¡Aaah, nostalgia!

Vía BoingBoing Gadgets (y ellos vía Palm InfoCenter, que lo conoció del foro de los propios protagonistas), me enteré de la Fiesta de Despedida que el Grupo de Usuarios de Hong Kong del Sistema Operativo Palm, HKPUG para abreviar, realizó en honor al tal sistema operativo en ocasión del anuncio de su muerte planificada.

¡La foto me trajo recuerdos! (Acá pueden ver el post del foro, con un montón más de fotos increíbles). Siempre fui un fan de este sistema, y de los equipos Palm, y tuve unos cuantos, que sólo dejaba cuando lo reemplazaba por el siguiente. Pero el sistema fue cediendo ante el avance de los celulares inteligentes (como el Treo, de la misma marca), que absorbieron prácticamente todas las funciones de las agendas electrónicas, y es así que un día, con mi bella y robusta Zire 72 en mano me pregunté: "¿Tiene futuro el Palm OS? ¿Tiene sentido aún tener una agenda electrónica?" La creciente redundancia de mis datos y funcionalidades entre la agenda y el celular me dieron respuesta, la gente de Palm no actualizaba el sistema operativo, y entonces, Mercado Libre mediante, finalizó mi larga y fructífera relación con el mundo del lapicito plástico, la escritura en pantalla (que nunca dejó de maravillar a los legos, ja ja ja) y la cerrada perfección del funcional conjunto Agenda-Libreta telefónica-Lista de Tareas-Calculadora.

He aquí la línea evolutiva de los equipos Palm que alguna vez tuve (guao, en mi mente eran un montón, pero supongo que estaba contando en cantidad de años):

Palm IIIe. El primer cacharrito. Ya poseía sin embargo las funcionalidades que hicieron legendario el Palm OS: la más revolucionaria el Graffiti, alfabeto escrito directamente en pantalla; otra la gigantesca base de programadores independientes que desarrollaban programas para la Palm que hacían (casi) cualquier cosa. Esta se la vendí a una amiga para comprar una...

Handspring Visor. Se sentía como un LTD al lado de la anterior, un Volkswagen. No era propiamente un equipo de marca Palm; su novedad, un sistema de crecimiento en base a módulos de terceros, instalables en un puerto trasero, que prometía maravillas: cámara (¡ufff!), mapas, lector de código de barras, literatura especializada, más espacio de almacenamiento... Nunca compré ninguno, sobra decirlo. Se la dí a mi hermano como parte de pago de no sé qué cosa, y a la semana se la robaron. Luego vino...

La "azulita", la Palm m130. ¡Pantalla a color! ¿Qué más se le podía pedir a la vida? La resolución no era para morirse, pero igual fue tremendo avance. ¡La agenda telefónica con fotos de todos mis amigos era un lujo! Soportaba además tarjetas SD. Esta la compré dos veces, porque me robaron la primera (junto a todo un koala, cartera, etc.) y no podía vivir sin ella, ja ja ja... Vendida también (creo, no lo recuerdo) para hacerme de una...

Zire 72, Edición Especial. Hasta aquí llegué. ¡Una belleza! Cuerpo de aluminio anodizado azul, cámara fotográfica, reproductor de mp3, ranura SD, miles de programas gratuitos a disposición (me cansé de bajar jueguitos, leer libros en su diminuta pantalla cuadrada, hasta usarla como control remoto de TV)... ¿qué le podía faltar a este equipazo?

Lo que le faltó a todas las anteriores: poder hacer llamadas con ella. Así, los teléfonos le fueron quitando mercado, pues hacían con creciente eficiencia todo lo que las PDA hacían, y todos conocemos el final de la historia... (a todas estas, nunca me pude decidir a adquirir un Treo, el celular de Palm con el que intentaron con cierto éxito evitar la debacle. Creo que aún no salían los que trabajaban con Windows Mobile, o cualquier cosa que no fuera el SO que más nunca evolucionó, lo cual me habría ayudado a tomar la decisión).

Actualmente, claro, las cosas pintan mucho mejor para la compañía Palm: sus equipos celulares usan WinMo o el Garnet (un PalmOS mejorado), y anunciaron recientemente el Palm Pre, una bestia de funcionalidades e integración (con un sistema operativo de nombre jodedor: WebOS, je je je...) que muchos ven como el próximo iPhone Killer. ¿Quién sabe? En esta costa alejada del mundo tal vez haga su aparición y pueda yo regresar, como hijo pródigo, a ser usuario de la marca, y pueda revertir ese mensaje que escribí ya hace algún tiempo en la pantallita táctil predecesora de tantos equipos de ahora:

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Ocaso de héroes enmascarados

Sin conocer previamente el cómic en el que se basa (o "novela gráfica", aunque algunos opinan que esto es un eufemismo para que los adultos lean historietas sin sentirse culpables) , me fui a ver la esperadísima Watchmen (Zach Snyder). La encontré tremendamente entretenida, pese a su larguísima duración de unas tres horas y mi internalizado convencimiento de que comería cotufas al ritmo de una usual batalla "buenos-con-capas vs. malos-disfrazados" que tanto ha abundado últimamente.

Y sí, a pesar de que en Watchmen hay buenos, malos, peleas extraordinarias, capas, antifaces y navecitas, no deja de tener cierta sustancia en ella que la hace interesante:

- Un background de Historia alternativa, con el aderezo de algunos personajes reales. Cual lúdico cabo suelto de La Conjura contra América de Phillip Roth (acá una excelente reseña), la historia parte de una ucronía: Nixon es reelegido, la Guerra Fría no acaba, y los años ochenta mezclan paranoia belicista, amenaza nuclear y horrorosa música y estética pop. El meollo geopolítico central de la peli, la amenaza de una guerra con los rusos, nos lleva entonces al salón situacional de la administración Nixon en los '80, con un sudoroso Kissinger haciendo análisis y recomendaciones. También la selección de temas musicales sitúa las épocas con precisión y cierta ironía.

(Siendo los superhéroes un tema tan imbricado en la psiquis estadounidense, una ficción que los ligara a su propia Historia Contemporánea era en mi opinión materia pendiente o poco explorada; algo hace clic cuando finalmente la acción no se lleva a cabo en un lugar y tiempo imprecisos, sino en fechas históricas ciertas, con protagonistas del pasado reciente. Aunque ya una portada de Spiderman con Obama parezca encaminarse en ese sentido...)

- La bella secuencia inicial explica en coreografiada elipsis el origen de los justicieros con disfraz, su momento de gloria y el comienzo de su impopularidad. Al ritmo de una detallada, a la vez poética y forense cámara lenta paseamos por Vietnam o Studio 54, Andy Warhol y Jagger, por los años '40 hasta bien entrados los '70, mientras The times they are a-changing de Bob Dylan suena al fondo.

- En general, una cinematografía muy cuidada. La riqueza visual invita a la relectura. Los movimientos de cámara y ese ya bastante usado cambio de velocidad en las imágenes suman a la experiencia. Hay gran atención al detalle. Leo por allí que en varias secuencias hay una correspondencia visual con las planchas de la novela gráfica que, repito, no he tenido el gusto de leer y que figura por su contenido y particular aporte al lenguaje gráfico en la lista Time de las 100 novelas más importantes, y en listas similares de Entertainment Weekly y Wall Street Journal. Es Premio Hugo también.

- Un sabor a decadencia. El tono de la historia gira en torno al ocaso de los superhéroes; a pesar de que se lleve la trama a un enfrentamiento climático exitoso (los buenos vs. malos que temía al principio) las cosas nunca son tan gloriosas como en los detalladísimos flashbacks.

- Los seres que encarnan a los Watchmen son humanos, y adultos. A riesgo de no poder abarcar a toda la masa infantil y adolescente que va al cine, la peli se regodea en la violencia gráfica, la traición y la duda (las subtramas de conflictos y demonios interpersonales se hacen un poco novelera en ocasiones), las contradicciones filosóficas de la lucha casi criminal contra la criminalidad, y un poco de acción sexual y desnudos frontales. Alguna dimensionalidad se puede apreciar en los protagonistas, que no existen sólo por ponerse un traje y un antifaz (que, además, no les otorgan superpoderes; sólo el azul, atómico e impúdico Dr. Manhattan es algo más que una persona normal con ganas de hacer justicia).

En conclusión, una película con superhéroes en ella más que una película de superhéroes. O tal vez se me salió el geek que todos llevamos dentro...

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Comprar, escuchar, acceder a la música

Esta mañana leía vía Libro de Notas una entrevista de El País.com a Daniel Ek, fundador del servicio de streaming musical Spotify, que ha generado una histérica ola de reseñas y reacciones en el patio en pocos meses. Ek dice —y en eso basa el modelo de negocios de su site— que los usuarios de música buscan, ultimadamente, tener acceso a sus canciones favoritas. No poseerlas: escucharlas.

(Tan perogrullada como suena, tener que adquirir el soporte físico de una canción y escucharla eran una sola e indivisible cosa —si no contamos a la radio, claro— hasta que el contenido se liberó de su contenedor volviéndose digital, y por tanto susceptible de manipularse vía computadoras hacia casi cualquier soporte).
Los tiros de Ek van por donde apunta el multifacético Kevin Kelly en un texto reciente de su bitácora The Technium, Mejor que poseer (pero "¡In english, María Elena, in english!", como le decía Bardem a una loca Penélope en Vicky Cristina Barcelona), que defiende una tesis similar, aunque con un alcance más vasto.

Elk y Kelly sostienen, pues, que dar acceso a un contenido digital será el modelo de negocios que complete la evolución desencadenada por la digitalización. En el caso de la música, el streaming o básicamente, escuchar en internet.

Primero surgió, claro, la piratería, distribución libre o libertina de música que sacó (aún saca) de los cabales a la industria acostumbrada a proveernos de su producto tan de natural intangible, la música, en trocitos plásticos de múltiples siluetas (LP, cassette, CD, largo etcétera). Luego iTunes los calmó: señores, es rentable cobrar por cada descarga, incluso a un precio irrisorio por "unidad". Nació, creció y se multiplicó la descarga legal y pagada.

Y es acá donde calza mi pregunta/reflexión:
Aparte del vastísimo intercambio ilegal de emepetrés, ¿cuál será el modelo que predomine en el comercio de música vía internet? ¿Pueden coexistir los dos modelos, el de venta y el de streaming, o la fuerza de uno de ellos actuará sobre el otro hasta minimizarlo?
Desde el punto de vista de un usuario de las tres tendencias, yo opino...

* * *
Sí, de las tres. ¿O voy a pasar por alto las gratificaciones cuasi-instantáneas y gratuitas aunque ligeramente delincuenciales de bajar música por Limewire o Taringa? No hay que olvidar que además estas fuentes son un poco hijas modernas de los cassettes grabados de los elepés de los panas, primera forma que conocí de meterme con el copyright de tantos artistas desde la comodidad de mi casa. Hijas con muchísimo valor agregado: una buena investigación en cualquiera de esos sitios sirve para llenar imperdonables baches en las discografías legalmente adquiridas, o nos provee de insólitas versiones desconocidas o en vivo, o "nos deja" probar un artista desconocido sin poner dinero en la apuesta.
Foto: henry37

La descarga ilegal además viene siendo la única posible por estos lados olvidados de Dios, donde —que yo me haya enterao— ninguna iniciativa nos ofrece pasarnos al lado legal, pagar en bolivaritos y descargar canciones como bien estaría dispuesto a hacer.

Bien. Cubierto el "lado oscuro de la Fuerza", y no cubierto el modelo de pago por vivir lejos de la civilización, está el streaming. Spotify no está disponible aún por acá —aaah, repito, el placer de vivir en los márgenes— pero hay otras opciones. Soy usuario de last.fm (ver widget a la derecha--->) y puedo atestiguar sobre las ventajas de servirse de estas especie de "emisoras de radio altamente personalizadas".

Comparo, entonces:

Como semiobsesivo colector/organizador: tengo una moderada a fuerte tendencia a juntar y clasificar, y esto con archivos de música y sus infinitos tags puede ser peligroso: pasar mi colección de música a un nuevo iPod me tomó por ello unas dos semanas. Mantener organizada una gran colección de mp3 de muy diversos orígenes en un espacio de disco rápidamente decreciente, buscar portaditas, corregir gazapos en los nombres de las canciones, discos... El streaming elimina de raíz esta bibliotecaria labor.

Como coleccionista de artistas: sentimientos cruzados; cuando me "emperro" con un artista procuro buscar todas sus producciones, así termine escuchando sólo lo más reciente. O sea que saber que tengo en una carpeta todas las canciones me tranquiliza. Pero, en teoría al menos, en last.fm podría estar todo el catálogo de alguien, y ¿de cuántas horas dispongo en la vida para oír cada tema de cada favorito?

Como escucha social: la red se lleva las palmas. La posibilidad de crear un perfil y compartirlo, conseguir a los amigos en la red y conocer otras personas con gustos similares enriquecen la experiencia. Todo eso aunado a la función de Recomendaciones del sitio (que se basa en lo que has estado escuchando y los artistas que prefieres), permiten descubrir música desconocida que te guste. ¡Muuucho mejor que "comprar un cd para ver qué tal"!

Como escucha itinerante: aún tener un reproductor de .mp3 es lo más cómodo cuando no se está frente a la compu. El creador de Spotify habla de que trabajan "en múltiples maneras para integrar el servicio en otras plataformas y aparatos", lo que apunta a clientes móviles de su servicio. Habrá que esperar (last.fm y otros ya disponen de clientes para celulares, pero no lo he usado pues el costo en conexión creo que sería prohibitivo).

Otras consideraciones: una característica que para algunos puede ser decisiva es que (al menos en last.fm y bajo nuestras condiciones locales) no puedes escuchar una canción específica en un momento específico. Es decir: el contenido puede ser tan personalizado como escoger artistas, estilos, canciones, discos. La canción puede sonar en ese stream a la medida, pero cuando suene. Es una emisora de radio, pues; no tu iPod (Spotify, creo, sí permite poner la canción que quiero escuchar ya; then again, algún día podremos...). Esto me inclina ligeramente hacia los mp3, sobre todo cuando (¿a quién no le pasa?) amanezco con una canción en la lengua y necesito escucharla. Cuestión de hábitos, pues.

* * *

¿Conclusión? Mmm... no la tengo. O en todo caso: para mí, los dos modelos satisfacen distintos aspectos de lo que "escuchar música" significa. Como usuario, me veo dependiendo de los dos sistemas. Claro que hay que añadir a la ecuación el costo, en cuyo caso habría que evaluar nuevamente. Pero las descargas pagas o los servicios "premium" de las redes de streaming no están aún entre mis experiencias...

¿Qué piensas tú? ¿Bajar las canciones —comprarlas cuando se pueda, "pedirlas prestadas" en las reder peer-to-peer mientras— o sólo escucharlas sin que los archivos pasen a tus manos?

Recién terminando este análisis/testamento me di cuenta de que apenas hago mención de la compra de cedés, forma aún más que viva de adquisición de música. ¿Será porque no recuerdo cuál fue el último CD que compré en una tienda? ¿Aún compras CD? ¿En la misma cantidad y frecuencia que siempre?

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Nueva plantilla

Aunque no debería ser algo tan significativo para mí, que leo los blogs de todo el mundo desde el Google Reader —y por lo tanto, salvo que me vaya a cada dirección particular a comentar, casi nunca los veo en su look nativo— me he pasado un buen rato seleccionando e implantando una nueva plantilla en Dice Quiquex, más abierta (a tres columnas, la central bien amplia) y más fresca (unos colorcitos claros, y tal), y que además aguanta muy bien el bojote de gadgets que he ido acumulando, de este sitio que tiene unos diseños descargables excelentes y muy variados.

So enjoy, aunque sea para ver este post. Ya procuraré yo irme a las direcciones de vez en cuando que suelo revisar, a ver si alguien más ha modificado su bitácora desde el día que la suscribí...

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Más

Con esto, publiqué ya más en '09 que en '08, vaya sequía aquella...

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Crítica de Cine, nivel I


Cuando alguien piensa, de una película que ha visto:

  • No han asesinado a nadie en un buen rato.

  • Los personajes hablan y hablan y hablan...

  • ¡No pasa nada!

  • ¿Dónde está la persecución a alta velocidad?

  • ¿Y Will Smith?

  • Algunos personajes lloran.

  • ¿Y pa cuándo los tiros?

  • ¿Qué están hablando? ¿Francés?

  • No entendí un carajo.

...y le preguntan qué le pareció, dirá:
"La película es un poco lenta".

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Pequeño cuento de horror

Un día, cuando visitó por cualquier razón el sótano donde estaba Seguridad, reconoció en uno de los tantos monitores de vigilancia un paisaje cotidiano: el interior del ascensor que a diario tomaba —generalmente solo, o hasta ese momento así lo creyó— para subir a su oficina. "Hay cámaras tras el espejo", articuló en su mente, inundada de repente por un flash de entendimiento y vergüenza, un enceguedor flash que también pareció hacer brillar por un segundo los risueños y esquivos ojos de los vigilantes, y tal vez un poco los dientes en sus disimuladas sonrisas.
Imagen original de tizzle/Tijs Teulings.

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Desde el cel

Me caigo a SMS con cualquiera: practico la promiscuidad textual.

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